RY, 24-11-09.
Según investigaciones de la psiquiatra Graciela Rojas (Universidad de Chile), las chilenas se deprimen más por ser chilenas que por ser mujeres. La culpa de no cumplir con todo y todos, asumir el peso de todas las tareas de la casa y ganar menos que los hombres son las tres grandes causas por qué las chilenas se depriman más que ninguna otra mujer del mundo, dice la psiquiatra. El dato es reelevante, considerando que que la mayoría de ellas es madre, y una madre deprimida cría hijos con el 50 por ciento de probabilidades de deprimirse en el futuro.
Por Magdalena Andrade.
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A la consulta de la psiquiatra Graciela Rojas llegan cada día mujeres como Elena, con fuerzas apenas para levantarse por las mañanas. Entre lágrimas, confiesa que ya no soporta sentirse vulnerable. Que después de treinta años trabajando en una institución, y a poco de jubilar, su empleador le pidió que renunciara voluntariamente a cambio de una indemnización. Ella no se lo esperaba: contaba con trabajar, porque su madre depende de ella y su marido acaba de quedar cesante.
Veinte años más joven, Sara, una madre también profesional, casada y con varios niños chicos, también confiesa que ya no da más con la presión. La gota que rebasó el vaso fue su madre, quien acaba de ser hospitalizada en una clínica. Es cierto, todo está bajo control, pero ya no soporta la culpa que el resto de la familia le hacen sentir: debe estar la mayor parte del tiempo posible pendiente de su madre. Atenta a que no le falte nada. Ni siquiera un paquete de pañuelos desechables, si es que la enfermera no puede llevárselos. ¿Licencia por estrés? No, por favor: no quiere sentar un mal precedente en su trabajo.
Andrea, de la misma edad de Sara, no trabaja, pero también está cansada, abatida. Vive una mala situación económica, violencia por parte de su marido y conflictos con sus hijos, pero lo que más la aflige es su falta de autonomía: se siente en un callejón sin salida.
Provenientes de tres mundos muy distintos, estas tres mujeres tienen un punto en común: forman parte del 12% de las chilenas que están bajo el umbral de la depresión, y que, de agudizar sus síntomas, podría desarrollar la enfermedad, mal que hoy afecta a entre el 5% y el 10% de los chilenos.
Esta cifra se ha mantenido relativamente estable en las décadas recientes, explica la doctora Graciela Rojas, pero en el último tiempo ha cambiado su composición. Como profesora titular de Psiquiatría y directora de la Clínica Psiquiátrica Universitaria del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, ha participado de varios estudios sobre depresión que se han hecho en Chile, y que han evidenciado que, aquí, la depresión se convierte cada día en un problema femenino: por cada hombre enfermo hay tres mujeres. Un tercio de las consultas de las chilenas a los médicos generales son por esta causa. Y el 16,9% de ellas proviene de adolescentes mujeres de enseñanza media.
Todas estos números contribuyen a que Chile sea el país con las tasas de depresión femenina más altas del mundo. Más altas, incluso, que las de los países ricos como Inglaterra, realidad que la doctora Rojas conoce bien porque durante años ha desarrollado un trabajo en paralelo con la Universidad de Bristol.
Allí, esta especialista ha expuesto su teoría sobre la depresión femenina: las chilenas no están más deprimidas porque tengan alguna predisposición genética o vulnerabilidad biológica. Se enferman más por la cultura en la que viven.
"La depresión femenina en Chile, entre los 25 y los 65 años, es un problema de género. No de sexo. En casi todo el mundo son las mujeres las más vulnerables a enfermarse, pero aquí es más que ser mujer: es la construcción social en la que nos toca vivir, donde la clave es la inequidad, que es la que está enfermando a las mujeres de depresión. En el caso de las de menores ingresos, con falta de acceso al trabajo, a lugares que entreguen un buen cuidado de los hijos y oportunidades educacionales. En el caso de las mujeres profesionales está la inequidad en el ingreso y en la carga de trabajo que ponen sobre sus hombros. Es indigno que una mujer gane menos dinero por hacer el mismo trabajo que un hombre. Es indigno que tenga que llevarse, sin ayuda, el peso de la familia, porque eso les hace vivir en constante culpa", dice la especialista.
Cree que la solución para bajar estos índices, si bien es cierto tiene que ver con el manejo médico de la enfermedad -hacer más conciencia de ella y mejorar los diagnósticos- también tiene que ver con un aspecto político y sobre todo social: revertir la inequidad.
Mujeres deprimidas, madres deprimidas.
La doctora Rojas cuenta que a mediados de los noventa, cuando se iniciaron en Chile los primeros estudios sobre depresión, nadie creía que las cifras de mujeres deprimidas fueran tan altas. Por eso, demoraron más de diez años en implementar, en el sistema público, los primeros programas de tratamiento. Lo importante, dice la especialista, fue que se logró crear conciencia entre las autoridades de salud de lo vital que resulta pesquisar a una mujer, y sobre todo a una madre, en el umbral de sufrir depresión, considerando lo que las estadísticas dicen frente al tema: una mujer con tres o más hijos menores de 14 años, enfrentada a un acontecimiento tensionante, tiene altas probabilidades de sufrir la enfermedad.
Y una madre depresiva cría hijos depresivos: los estudios dicen que el 50% de ellos tiene probabilidad de desarrollar la enfermedad u otro trastorno en el futuro.
"Hoy hemos hecho varios avances. Logramos, por ejemplo, que cuando un profesional está tratando a una mujer depresiva, piense que detrás de esa mujer hay niños que están en riesgo. Abordar ese tema es muy, muy importante para salir al paso de la propagación transgeneracional de la depresión. Porque una mamá deprimida es una mamá que está irritable, mala onda, que tiene una visión negativa del mundo, que se despreocupa. Además, está criando, y los niños, frente a esa madre, se sienten muy desprotegidos. Imagina esta situación en una familia donde sólo está la madre, o donde hay madre y abuela, pero las dos enfermas. La mujer, pobre o con plata, trabaje o no trabaje, debería ser una preocupación para el sistema. Deberíamos tratar que estas mujeres no se enfermen, porque si lo hacen, desmoronan a toda la familia".
Qué hacer frente a este escenario de mujeres deprimidas es una respuesta incierta para la doctora Rojas. En materia de tratamiento de la enfermedad, la incorporación de la depresión dentro del plan Auge ha sido de gran ayuda para diagnosticar y tratar a tiempo a las mujeres de los estratos económicos más bajos. En el caso de las mujeres de estratos más altos, la labor de esta psiquiatra y su equipo ha estado en dictar cursos de capacitación para que los profesionales vinculados a la salud femenina sepan identificar y tratar a una paciente cuando se encuentra deprimida.
Sin embargo, hay factores que deberían ser una meta como sociedad cambiar. Primero, deberíamos cambiar la forma cómo expresamos nuestras emociones:
"Aunque somos más sensibles que los hombres, las mujeres tampoco estamos educadas en las emociones. Somos censuradas en todas partes: hasta al interior de la familia, donde uno podría pensar que hay permiso para mostrarlas. Está el: ya te estás quejando, no seas llorona. Hay una exigencia cultural de que la mujer debe mostrarse fuerte. Hay que aprender a manifestar la pena, la rabia, la tristeza, y también a regularla. No es que uno tenga que andar llorando por todas partes, pero sí darse espacio para llorar".
Marcadas por la culpa.
Según las investigaciones que han medido los factores que desencadenan la depresión, las chilenas más vulnerables a sufrir depresión serían aquellas de menores recursos y que además se encuentran fuera del mercado laboral. Esto, explica Graciela Rojas, se da porque el trabajo se supone que entrega mayor autonomía y control sobre las decisiones que se toman dentro del núcleo familiar.
Un dato importante para reflexionarlo, dice, pensando en que Chile tiene una de las tasas de incorporación laboral más bajas de América Latina.
"Las que se llevan la peor parte son las mujeres más pobres y las dueñas de casa, que no tienen independencia y autonomía, y eso es lo que más resienten cuando están en la consulta. Y si a esto le sumas la enorme violencia que se vive en las casas chilenas, las convierte en mujeres que están atrapadas".
Sin embargo, dice la doctora Rojas, aquí en Chile cuesta creer que el trabajo sea un factor protector de la depresión femenina. No, al menos, en las condiciones en que actualmente lo hacen las chilenas, especialmente aquellas profesionales y que tienen una mayor preparación intelectual:
"Este grupo de mujeres, en comparación con los hombres, están en una enorme desventaja, porque en el último tiempo se han incorporado rápidamente al trabajo y a tener las mismas funciones que los hombres; sin embargo, pasan dos cosas: uno, que los hombres no han sido igualmente rápidos en tomar tareas domésticas -lo que genera que en la casa la mujer tiene mucha más sobrecarga que el hombre- y también porque no ganamos lo mismo. Las cifras son espantosas, y eso es horroroso, porque si uno piensa, a mayor escolaridad deberían tenerse los mismos beneficios que los hombres, y es al revés, ganas menos plata por el mismo trabajo. Y es sabido que la falta de reconocimiento es un factor muy importante a la hora de deprimirse".
Esta inequidad, a su vez, es la madre de la culpa con la que viven las mujeres chilenas. Al no ser reconocidas aquí, quieren serlo en otros ámbitos. Ser la mejor madre, la mejor mujer. Absorben todo como una esponja, les cuesta delegar y tampoco encuentran un hombro sobre el cual hacerlo.
"Si tú vas a Gran Bretaña, donde hay menores índices de depresión que aquí, te darás cuenta de que las mujeres tienen muchas cosas solucionadas que nosotros todavía estamos lejos de resolver. La culpa, por ejemplo. Primero, porque son educadas de manera más liberal. Segundo, porque, aunque no tienen ayuda doméstica, tienen una buena red de apoyo, tanto municipal como de organizaciones comunitarias, que funciona muy bien en la ayuda a la mujer cuando está en una situación de conflicto. Por ejemplo, en los hospitales existen asistentes que pueden suplir a la familia cuando uno de sus miembros no puede estar. Hay ayuda a las mujeres que deben cuidar de adultos mayores o hijos discapacitados, redes de transporte de niños, etc. En Chile, en cambio, es muy distinto: aunque estés pagando, el sistema no se hace cargo de ciertas cosas. No se hace cargo del médico que nos dice: ¿pero cómo no puede venir, si es su mamá la que está hospitalizada?, sabiendo que nosotras querríamos estar ahí todo el día, pero tenemos una jornada de trabajo que cumplir. No se hace cargo de la familia, que siente que somos nosotras las que debemos estar ahí. Lo mismo pasa con el colegio: pongamos a nuestros hijos en un colegio público o pagado, paguemos o no, igual nos llaman porque el niño no está aprendiendo bien o se está portando mal. Y nos citan a las 10 de la mañana, aunque trabajemos".
Sentir que todo el peso de la familia cae sobre sus hombros agobia a las mujeres, que se comportan como esponjas, queriendo hacerse cargo de todo, pero además tampoco encuentran ayuda en el resto de las instituciones. ¿Qué pasa con ellas? Se sienten sobrepasadas. Y muchas, especialmente en los estratos altos, sienten que medicarse es la única forma de poder sobrellevar la carga, sobre todo cuando empiezan a evidenciar los primeros síntomas: angustia, idea de culpa y de minusvalía.
Estas mujeres no necesariamente están deprimidas, dice la doctora Rojas. Aunque sí, pueden estar generando el caldo de cultivo para hacerlo.
"Hay muchísimas mujeres que toman ansiolíticos -especialmente benzodiazepinas como el Ravotril- sin ir al doctor. Se lo intercambian y piden prestados a las amigas que los toman, se los consiguen en el trabajo. Lo usan como un aliado para poder llevar la carga de trabajar, de llevar la casa, un determinado estándar de vida. Muchas se engañan y dicen: Me voy a tomar uno porque estoy un poquito nerviosa, pero comienzan a desarrollar efectos colaterales, y uno de los más importantes es la dependencia. Yo creo que se lo toman de una forma bastante liviana, cuando lo que corresponde aquí es pedir ayuda. No importa a quién sea: al ginecólogo, al pediatra de los niños, al médico general, si no se puede ir al psiquiatra".
-¿Vamos hacia un futuro en que un ginecólogo podrá diagnosticar una depresión y recetar antidepresivos?
"Sí, y estoy de acuerdo con eso, porque el ginecólogo es una figura muy importante para la mujer, porque durante buena parte de la vida es la única figura médica con la que tiene contacto. Y esta figura es especialmente importante en caso de las mujeres en etapa de puerperio, que es muy difícil que se acerquen a un psiquiatra o a un psicólogo. Sin embargo, estamos trabajando en que estos especialistas estén bien capacitados para enfrentar una depresión, y sobre todo para que puedan indicar antidepresivos cuando corresponde: sólo cuando están frente a una depresión moderada a severa".
No es lo mismo estar triste que deprimido.
"Estoy deprimida", "estoy bajoneada", "necesito algún remedio para salir de esto", son frases recurrentes en la consulta de la doctora Rojas. Son muchas las mujeres que llegan quejándose y sintiéndose deprimidas, y es cierto, tienen razones para sentirlo. Pero no todas lo están: es más, la depresión sólo se diagnostica cuando los síntomas -desánimo e incapacidad para disfrutar de la vida- se mantienen inalterables durante un período prolongado del tiempo y, sobre todo, cuando imposibilitan que la mujer pueda seguir trabajando. Pero hay muchas mujeres que se llaman a sí mismas "depresivas" siendo que sólo están sobrepasadas, o sólo tristes por algún acontecimiento específico.
-¿Cuál es la diferencia entre sentir tristeza y la depresión?
"Es como la diferencia entre un resfrío y una gripe. Un resfrío te da un poquito de secreción, pero en una gripe estás apaleada completa y no puedes ir a trabajar, aunque quieras. Yo puedo estar bajoneada, triste, y eso puede no ser una depresión, sino una reacción a un hecho que me sucedió. La depresión es un conjunto de síntomas, donde está la tristeza, pero hay muchos más síntomas. Sentir tristeza después de un duelo es normal. Sentir pena en caso de perder el trabajo, también. Pero yo te ofrezco un trabajo y tú estarás en capacidad física, mental y funcional para aceptarlo. Si estás enferma, simplemente no estás en condiciones. Ahora, es cierto que en las enfermedades psiquiátricas los médicos no tenemos un examen de sangre para decir: está deprimida. Se ha tratado de cuantificar los síntomas para hacer esto un poco más objetivo. Pero lo importante es aprender a sentir tristeza cuando hay una razón detrás de ella, porque tenemos los mecanismos para salir adelante. De hecho, estamos preparados para enfrentar una depresión leve sin medicamentos".
-¿Cómo?
"Con una psicoterapia, por ejemplo, o una intervención psicosocial. Distinguir la tristeza y compartirla con la familia y amigos actúa también como un colchón amortiguador".
-Pero las personas tienen miedo a sentirse tristes. ¿Qué pasa con aquellas que se automedican?
"A las chilenas les gustan los medicamentos, porque no son tan caros y además se saben sus otros usos, como la disminución de peso. Pero, además, las mujeres somos buenas para evadir los miedos y las tristezas. En el caso de los duelos, son muchas las que dicen: recétele algo a mi mamá porque se murió su hermana. ¿Pero por qué, si le hace bien conectarse con su pena? No las vas a dopar con un diazepam o un lorazepam para que no se sienta mal. Pero muchas veces la gente viene con esa petición de encontrar un remedio para que se le quite la pena".