ANA MARÍA VALDÉS MENA.
Psicóloga.
Al que confía le llamamos confiado, ingenuo. Los niños "buenos" son los "pernos" que se dejan pasar a llevar. Entre los jóvenes, en la compra del regalo compartido o el asado, suele "perder" el que se ofrece a hacerlo. Ayudar a alguien en "panne" se ha vuelto peligroso. Creer el discurso del otro es "poco político", confiar en el compromiso y honestidad es ser "poco realista".
Hemos ido significando negativamente valores y prácticas ciudadanas que permiten la asociación y la comunidad. Analizamos lo cotidiano enfatizando la necesidad de defenderse del otro por sus malas intenciones; nos relacionamos para prevenir el ataque, abuso y aprovechamiento. Golpear con fuerza a quien no se defiende parece astucia. Ser autoritario se confunde con tener autoridad.
Seguir este "modelo" empobrecerá nuestra humanidad, que se desarrolla "con" el otro. Pero, ¿cómo se aprende a confiar sin el temor constante a que "al dar la mano se tomen el brazo"? En un modelo económico tan competitivo, el que "pestañea pierde"; cuando se abre la posibilidad es gratis aprovecharse... "él se ofreció". Lejos estamos de la invitación cristiana de poner la otra mejilla, no referida a una inocencia retrógrada -como se ha interpretado burlonamente en Occidente-, sino a perdonar y dar nuevas oportunidades al que comete errores, actitud básica para conservar el vínculo.
La modernidad estimula la libre competencia, pero demanda una visión de sociedad comunitaria que reconoce la necesidad del otro y de su éxito. Vivir comunitariamente requiere valores y habilidades relativas a la responsabilidad, compromiso, lealtad, honestidad, justicia, lo que genera confianza.
El desafío en Chile es particular, porque las tensiones de la modernidad se insertan en un sistema tradicionalmente individualista. Necesitamos una mayoría que desee asumir el compromiso de formar parte de una comunidad que cuida y se responsabiliza de hacer del acto de confiar una apuesta razonable.
Psicóloga.
Al que confía le llamamos confiado, ingenuo. Los niños "buenos" son los "pernos" que se dejan pasar a llevar. Entre los jóvenes, en la compra del regalo compartido o el asado, suele "perder" el que se ofrece a hacerlo. Ayudar a alguien en "panne" se ha vuelto peligroso. Creer el discurso del otro es "poco político", confiar en el compromiso y honestidad es ser "poco realista".
Hemos ido significando negativamente valores y prácticas ciudadanas que permiten la asociación y la comunidad. Analizamos lo cotidiano enfatizando la necesidad de defenderse del otro por sus malas intenciones; nos relacionamos para prevenir el ataque, abuso y aprovechamiento. Golpear con fuerza a quien no se defiende parece astucia. Ser autoritario se confunde con tener autoridad.
Seguir este "modelo" empobrecerá nuestra humanidad, que se desarrolla "con" el otro. Pero, ¿cómo se aprende a confiar sin el temor constante a que "al dar la mano se tomen el brazo"? En un modelo económico tan competitivo, el que "pestañea pierde"; cuando se abre la posibilidad es gratis aprovecharse... "él se ofreció". Lejos estamos de la invitación cristiana de poner la otra mejilla, no referida a una inocencia retrógrada -como se ha interpretado burlonamente en Occidente-, sino a perdonar y dar nuevas oportunidades al que comete errores, actitud básica para conservar el vínculo.
La modernidad estimula la libre competencia, pero demanda una visión de sociedad comunitaria que reconoce la necesidad del otro y de su éxito. Vivir comunitariamente requiere valores y habilidades relativas a la responsabilidad, compromiso, lealtad, honestidad, justicia, lo que genera confianza.
El desafío en Chile es particular, porque las tensiones de la modernidad se insertan en un sistema tradicionalmente individualista. Necesitamos una mayoría que desee asumir el compromiso de formar parte de una comunidad que cuida y se responsabiliza de hacer del acto de confiar una apuesta razonable.
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