EM., VA.,
24-01-15
Por Guillermo Tupper
Cecilia
Gacitúa (44, terapeuta floral) empezó a sufrir los primeros síntomas del
Trastorno por Ansiedad Social en el colegio. Cada vez que le tocaba salir
adelante y disertar frente a sus compañeros, se ponía roja como tomate. Después
se bloqueaba y olvidaba todo lo que tenía que decir. "Como era tan chica,
no tomaba conciencia de lo que me pasaba", recuerda. "Después en el
liceo fue igual. Me daba realmente pánico exponerme a decir algo".
Además de las
disertaciones, Gacitúa sufría en situaciones muy cotidianas. Por ejemplo,
cuando iba a comprar y el vendedor le preguntaba algo, no sabía qué responder;
también le sudaban las manos, aumentaban sus palpitaciones y sentía como las
facciones de su cara se ponían rígidas o temblorosas. "Con mis parejas no
me gustaba mucho salir ni los compromisos. Ellos me decían 'vamos para allá,
hagamos esto' y yo decía 'no, me quiero quedar acá'", dice. "Y tenía
dramas por lo mismo".
En su
juventud, Cecilia acudió a varios médicos que no supieron diagnosticar
claramente su enfermedad. Y, cuando entró al mundo laboral, se limitó a tener
trabajos esporádicos. ¿La razón? No podía estar en un empleo de oficina que la
obligara a lidiar con la misma gente todos los días. "Trabajé como
secretaria y era súper bien evaluada", recuerda. "Pero en la hora de
almuerzo, si el resto me hablaba y preguntaba algo, me podía poner roja.
Entonces, evadía comer con la gente y comía sola en mi escritorio, aunque no se
pudiera. Me venían depresiones y tenía que dejar el trabajo".
Hace algunos
años, Gacitúa encontró alivio en la terapia floral, donde atiende a niños
hiperactivos o con déficit atencional. Ella es una los miles de chilenos que
sufren de Trastorno por Ansiedad Social (TAS), una enfermedad silenciosa que
afecta a millones de adultos en el mundo. Si bien es popularmente conocida como
fobia social, en la actualidad el término que se usa clínicamente es Trastorno
por Ansiedad Social, dado que las fobias se refieren a miedos irracionales (por
ejemplo, a las arañas, a quedar encerrados o a los espacios abiertos), mientras
que temer a ser mal evaluado por los otros no es algo poco probable.
Según la
Asociación de Ansiedad y Depresión de Estados Unidos (ADAA), cerca de 15
millones de norteamericanos sufren de este trastorno y un 36% de ellos
experimentaron síntomas durante diez años o más antes de buscar ayuda. Chile
tampoco es ajeno al problema. El primer estudio de epidemiología psiquiátrica
en niños y adolescentes chilenos (2012) mostró una preocupante prevalencia
general de trastornos mentales de un 22,5%. Entre ellos, los trastornos
ansiosos (fobia social, trastornos de ansiedad generalizada y trastorno de
ansiedad por separación) eran unos de los más comunes y alcanzaban un 8,3%. Si
extrapolamos estas cifras a los adultos, los expertos estiman que ese
porcentaje no dista mucho del promedio mundial y afecta a entre un 10% y un 12%
de la población.
"La fobia
social es el temor persistente a situaciones que involucren relación con otros
y en las que la persona se ve fundamentalmente expuesta", dice Carlos
Sagredo, director médico del Instituto Neuropsiquiátrico de Chile (INC) y de la
Corporación Neuropsiquiátrica (Conepsi). "Hay algunas situaciones de la
fobia social que son bien repetitivas como escribir en público, hablar en
público, comer en público y usar baños públicos. Cuando la persona se ve
expuesta a estas situaciones, normalmente la sensación es la de sentirse evaluados.
Y lo que temen es una evaluación negativa del otro y todo esto va asociado a un
montón de sintomatologías físicas y psíquicas".
El origen del
Trastorno por Ansiedad Social tiene su origen en la preadolescencia y se puede
detectar en aquellos niños que son más inhibidos, tienen menos amigos y
participan poco en clases. Sin embargo, no hay que confundir este tipo de
trastorno con la timidez. "Tener algo de ansiedad social frente al hablar
en público, una entrevista de trabajo o una primera cita es algo normal e
inherente a todos", dice la psicóloga clínica María Angélica Münchmeyer.
"En un continuo, la timidez estaría en un extremo y la ansiedad social al
final. El miedo que tienen las personas que sufren un Trastorno por Ansiedad
Social o una fobia social es mucho más intenso y la cantidad de tiempo que
ellos pasan anticipando una evaluación y visualizando que algo terrible les va
a pasar es mucho más perturbadora".
Entre los
síntomas fisiológicos más comunes están el ponerse rojo, transpirar, sufrir temblores,
taquicardia y dolor de estómago. Eso va acompañado de un segundo tipo de
síntomas a nivel del pensamiento. "Es un círculo vicioso. Ellos piensan
'lo voy a hacer pésimo porque estoy nervioso, el otro se va a dar cuenta y va a
pensar que soy tonto'. Además, ser ansioso se tiende a asociar a ser débil y
poco seguro", agrega Münchmeyer. "En general, todas estas situaciones
que ellos visualizan tienen relación con ser humillado y quedar en
ridículo".
El tercer
síntoma es el aislamiento. Para huir de aquel estímulo o situación que les
genera temor, los ansiosos empiezan a evitar situaciones y, como se van
aislando y teniendo menos repertorio y habilidades sociales, el trastorno puede
derivar en la depresión. "La persona que padece esta fobia social, va a
evitar relacionarse con otros", dice Sagredo. "Para el resto, lo más
evidente es que la persona empieza a retraerse y evitar el contacto, aún cuando
esa persona desee el contacto. Aquel que es fóbico quiere relacionarse con
otros pero sencillamente no puede, porque lo pasa tremendamente mal".
Las causas del
miedo.
Rita Clark
(72) tenía 22 años cuando sufrió el primer episodio de ansiedad social en su
vida. Estaba jugando cartas con su esposo y de repente sufrió un gigantesco
ataque de pánico. Al día siguiente fue al doctor y este le dijo que tenía
presión arterial baja. "Yo dije 'oh, genial, ¿es solo eso?'. Pero en mi
corazón sabía que era mucho más que eso", recuerda. "En esos días no
había nada de información sobre salud mental. Tenía dos niños muy pequeños y
sabía que había algo mal en mí. Pero estaba petrificada que si decía eso
-incluso a mi doctor o a mi esposo- me iban a meter en una clínica
mental".
Con el paso de
los años, el aislamiento social de Clark empezó a impactar cada vez más su
vida. Dejó de hacer actividades cotidianas como ir al banco, al supermercado o
matrimonios y tampoco tenía forma de mantener un trabajo. Hasta que, a
comienzos de los 80, leyó un artículo en la prensa sobre una organización en
California (Estados Unidos) que trataba a personas con su enfermedad.
"Empecé a seguir una terapia cognitivo-conductual y me tomó un año para
darme cuenta de que tenía una enfermedad y que no era distinto a tener
diabetes", afirma. "Cuando acepté eso, es cuando mi recuperación
comenzó".
A medida que
avanzaba en su terapia, Clark se dio cuenta de que había factores genéticos que
explicaban su enfermedad y se topó con casos de alcoholismo y mala salud mental
en su familia. "Vi fotos mías de cuando tenía 5 años en el kínder y salía
muy asustada. (En esa época) no tenía ataques de ansiedad, pero era tímida y
fui criada para cuidar a la familia y ser fuerte", recuerda. "A los
41 años, tuve que ir hacia atrás y analizar a esa chica joven temerosa que
asumió nuevos roles".
Según los
expertos, los factores en el ambiente en el cual se cría un niño pueden ser los
gatillantes de una biología ansiosa. Un ejemplo típico son aquellos padres
sobreprotectores que evitan que sus hijos se expongan a situaciones complejas.
"Muchas veces son papás más invasivos y que están muy encima y les hacen
las cosas. Entonces, al final les terminan comunicando que no son capaces y ese
trato los inhibe", dice Münchmeyer. "Otro ejemplo son aquellas
familias más cerradas, con padres que tienen susto a las interacciones sociales
y no invitan muchos amigos a la casa. Entonces, desde chicos sus hijos aprenden
a no estar muy expuestos a contactos sociales".
Otros factores
que pueden marcar profundamente a un niño son las típicas frases que repiten
los padres exigentes ("no vayas a hacer el ridículo", "no vayas
a hacer el tonto") y sufrir experiencias de bullying en el colegio.
"Al final, la persona está todo el tiempo preocupada internamente de la
impresión que va a causar en el otro", dice la psicóloga. "En
general, son personas bien perfeccionistas. Y esto viene de una sociedad y una
transmisión de esta cultura familiar más exigente".
La tecnología
como factor de riesgo.
En los últimos
años, algunos académicos han postulado que el acceso ilimitado a la smartphones
, tablets y computadores podría exacerbar la fobia social entre los
adolescentes. Si bien los profesores acentúan el uso de algunos dispositivos
como herramientas de aprendizaje en la sala de clases, los expertos afirman que
ellos también cumplen un rol integral para hacer un balance entre la tecnología
y la comunicación más presencial.
Una de ellas
es Tamyra Pierce -profesora de Periodismo en la Universidad de California-
quien empezó a investigar sobre el tema cuando observó que sus estudiantes y
miembros de su familia usaban las redes sociales para evitar la comunicación
cara a cara. El resultado fue "Ansiedad social y tecnología: comunicación
cara a cara versus comunicación tecnológica en los jóvenes" (2009), un
estudio destinado a probar la relación entre la tecnología y la fobia social. A
través de una modalidad de cuestionario, Pierce llegó a dos conclusiones:
primero, que las mujeres tendían a sufrir mayor ansiedad social que los
hombres; y, segundo, que todos aquellos que mostraban una mayor ansiedad al
hablar con otros en persona, preferían usar la tecnología para interactuar con
el resto.
"A partir
de lo que encontré en mi investigación, usar más y más la tecnología puede
incrementar la ansiedad para hablar cara a cara con otros", dice Pierce a
"El Mercurio". "Descubrí que muchos jóvenes prefieren
comunicarse con otras personas por medio de la tecnología porque sufren de
ansiedad social. Sin embargo, se requiere una mayor investigación a fin de
determinar si realmente el uso de la tecnología la exacerba".
Desde la
publicación de su estudio, Pierce ha visto un incremento en la comunicación vía
tecnológica de los más jóvenes. "Muchos de mis estudiantes me han dicho
que prefieren hablar con otros vía mensaje de texto porque es más rápido y no
tienen que entrar en conversaciones largas si no lo desean", afirma.
"También dicen que comunicarse vía texto u otras tecnologías les permite
pensar una respuesta antes de realmente comunicarse con el otro. Una
consecuencia de todo esto es la falta de contacto visual que mantienen cuando
conversan".
Sin embargo,
también hay miradas escépticas al respecto. "Creo que es más probable que
la tecnología sea un espectador inocente aquí", afirma Thomas Rodebaugh,
profesor de Psicología en la Universidad de Washington. "Ciertos aspectos
de la internet podrían ser vistos como que estimulan el aislamiento en algunas
personas que estarían mejor con una mayor interacción social. Sin embargo, en
el pasado había otras formas en que las personas podían aislarse. Algunas
personas que necesitan más estímulos antes de abrirse a otras parecen encontrar
a los computadores como un medio mucho más fácil para romper el hielo".
Rodebaugh
señala que es necesario tener un trabajo más detallado para determinar si la
tecnología causa ansiedad social en algunas personas. "Hasta ahora,
nuestros datos parecen decir 'tal vez'. Algunas veces la respuesta es 'sí' y
otras veces 'no'", dice. "Creo que debemos considerar cuidadosamente
como sociedad si es bueno o malo que las personas inviertan más tiempo en comunidades
virtuales que en sus propias comunidades locales. Probablemente, un extraño de
tu pueblo rara vez será una buena competencia para un viejo amigo en una red
social. Pero conocer a muchas personas de tu comunidad puede conllevar
beneficios de largo plazo".
En los últimos
años, algunos académicos han postulado que el acceso ilimitado a los
smartphones , tablets y computadores podría exacerbar la fobia social entre los
adolescentes.
Las mujeres
tienden a sufrir mayor ansiedad social que los hombres; además, todos aquellos
que muestran una mayor ansiedad al hablar con otros en persona prefieren usar
la tecnología para interactuar con el resto.
¿Cómo
recuperarse de un Trastorno de Ansiedad Social?
Los expertos
coinciden en que el Trastorno por Ansiedad Social es un problema frecuente en
Chile. "A la consulta me llegan cada vez más casos", dice María
Angélica Münchmeyer. "Lo que más veo son mujeres que vienen a consultar en
su época universitaria, que implica un salto a una mayor independencia y estar
más sola. Es un diagnóstico al que no se le ha tomado el peso que se le debiese
tomar".
Al igual que
la mayoría de las patologías en psiquiatría, el Trastorno por Ansiedad Social
se puede abordar de más de una forma. Normalmente, el tratamiento tiene dos
aristas: una que es psicofarmacológica -es decir, con medicamentos- y, en
paralelo, la psicoterapia. Si ambas van de la mano, el porcentaje de éxito es
muy alto. "Hay tratamientos que funcionan y eso es bastante
esperanzador", dice Carlos Sagredo. "Lo primero es hacer un
diagnóstico adecuado. Si tenemos dudas o vemos que nuestro hijo o pareja tiene
conductas en las que evita el contacto, se incomoda en los grupos y esto causa
un malestar significativo, hay que animarlos a consultar".