sábado, 17 de octubre de 2009

Figue.


RY, 13-10-09.

Elias "Figue" Diel es un personaje conocido en Brasil como ejemplo encarnado de superación: era campeón de surf cuando un accidente automovilístico lo dejó ciego. Pero poco a poco, no sin dificultades, retomó su vocación deportiva en disciplinas tan exigentes como la escalada en roca, las artes marciales y el yoga, la antigua senda donde finalmente se instaló.

Figue va a dar una charla en Yogashala el 29 de octubre y del 30 al 1 de noviembre va a estar en Canal Om, un santuario yóguico ubicado a orillas del mar en la cercanía de Los Vilos. El programa contempla una clase diaria, además de prácticas de pranayama.
www.canalom.cl

Por Paula Andrade, periodista e instructora de Hatha Yoga.

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"Go to beach", le dice Figue a su perro.

Y el perro, un labrador llamado Winter, entrenado en Australia y embarcado a Brasil recién en marzo, parte a la playa.

Figue es ciego. Winter es su perro-guía. Y juntos disfrutan del mar de Praia Brava en Itajaí, una ciudad vecina a Camboriú, en el estado de Santa Catarina, sur de Brasil.

El trayecto no es muy largo. La casa de Figue queda a pocos metros de la playa, y es en realidad dos casas. En una funciona su escuela de yoga, donde él mismo ofrece clases mañana y tarde. En la otra, conectada a través de una puerta del primer piso, hay una cocina, un living-comedor, algunos dormitorios -todo desordenado, estilo surfista- y un rincón estratégico: una pequeña habitación ubicada en el tercer piso desde donde se puede ver el mar.

Figue perdió la vista a los 16. Han pasado 20 años, pero sigue fiel a su vieja afición, el surf, de modo que con la ayuda de algún amigo evalúa el tamaño de las olas para saber si conviene o no salir con la tabla.

"La primera vez que surfeé tenía diez años. Era una enorme pared de agua. Me encantó. Desde ese momento supe que lo iba a hacer el resto de mi vida", cuenta Figue al teléfono, justo antes de partir a Máncora, en Perú, obviamente a practicar surf.

Ahora, además de surfista, Figue escala en roca y oficia exitosamente como instructor de yoga. Sus alumnos lo siguen, se sorprenden, lo esperan y cada tanto viaja fuera de Brasil a dictar sus propios cursos (ver recuadro).

Como Don Elías.

Elías Ricardo Diel, como en realidad se llama Figue, nació en Santa Rosa, en Río Grande do Sul, una mañana de agosto de 1973. Eran los días en que el futbolista chileno Elías Ricardo Figueroa brillaba como defensa del Internacional de Porto Alegre.

El niño recién nacido recibió nombre de campeón. Y los amigos del padre, divertidos con el particular homenaje futbolístico, comenzaron a llamar al pequeño igual que el ídolo. "¿Cómo está Figueroa?", "¿qué tal crece Figueroa?", le preguntaban a Joao Diel sus colegas del Banco do Brasil.

Claudio, en ese entonces de apenas tres años, escuchaba las bromas sobre su hermanito recién nacido y -haciendo sus mejores esfuerzos- imitaba a los demás: "Figue", le decía, "Figue". "Figueroa" era una palabra muy larga para él.

Así fue como "Figue" creció en Santa Rosa, se hizo bueno para el fútbol y malo para el colegio: "Tanto tiempo sentado, sin moverme, quieto, me ponía loco. Tenía mucha energía. Quería salir, jugar, correr", recuerda de aquellos días.

Y, claro, salía, jugaba, corría en la cancha de fútbol y en la playa, donde descubrió que el surf era lo suyo:

-La arena, el viento, el agua del mar, el sol en mi piel. Es como si pudiera conectarme con la maravilla de la vida -explica.

Su mamá, Guita, lo recuerda perfectamente: "Era un pequeño campeón, una gran promesa", dice, entrevistada en Una luz al final del túnel, un video que circula en Youtube.

Figue no era cualquier competidor. A los 13 ganó su primer premio. A los 15 era campeón gaúcho. Sus antiguos compañeros, surfistas reconocidos como Saulo Lyra y Guga Arruda, lo recuerdan desafiante, competitivo, talentoso.

Pero llegó el día, uno impensado y fatídico: lunes 12 de diciembre de 1989. Todo cambió:

-Salió a surfear en la tarde y en la noche fue el accidente. Fue un corte radical en su vida y en su carrera -recuerda la mamá.

-Fue a dar una vuelta, ese paseo que se hace tranquilo con un amigo. Iban despacio, a 50 o 60 kilómetros por hora. La calle era de tierra, apareció una curva y el amigo que iba manejando se perdió -recuerda Claudio Diel.

El Volkswagen verde se estrelló contra un árbol. Sin cinturón de seguridad, Figue salió disparado contra el parabrisas. Los vidrios se le enterraron en los ojos. El médico que lo atendió dictaminó la ruptura definitiva del cuerpo ciliar (entre el iris y la retina).

"Una vida intensa de surf, amigos, y de repente no poder distinguir el día de la noche. Eso fue difícil para mí", resume.

Pedaleando de vuelta.

Pasaron dos años. Figue seguía en shock. Un paseo por la playa en la mañana, a instancias de un buen amigo, y vuelta a casa. No tenía energía para nada más. Además de la vista, había perdido las ganas de vivir.

"Llegó el momento de empujarlo", recuerda Claudio Diel, hoy diseñador y surfista. "Entre todos, la familia y los amigos, lo intentamos. De repente se me pasó por la cabeza llevarlo a andar en bicicleta. Él me preguntó: ¿pero cómo voy a poder andar en bicicleta? Yo le respondí: "Voy a hacer una bicicleta doble, yo te guío y tú pedaleas".

Así fue.

"Cuando sentí el viento en el rostro, me di cuenta de que estaba viviendo de nuevo. El sol, los amigos, la gente riéndose. En ese momento, la vida volvió", recuerda Figue sobre aquel valioso paseo.

-¿Y los deportes, cómo volvieron a su vida?

-Sentí la necesidad, porque los deportes me traen mucha alegría. Continué practicando surf y comencé a hacer escalada en roca. Después aprendí Jiu-Jitsu, un arte marcial de origen japonés, hasta que conocí el yoga.

-¿Qué pasó, entonces?

-Me di cuenta de que la práctica de yoga es un ejercicio de autoconocimiento, una lección sobre cómo usar el cuerpo y la energía. Me puse a estudiar, a profundizar diversas técnicas hasta que comencé a dar mis propias clases.

-¿Y ahora qué es el yoga para usted?

-El yoga es lo que sustenta mi vida, equilibra mi salud física y mi salud espiritual.

Figue lleva 11 años practicando y 6 años enseñando. Ha pasado por varios estilos, desde el exigente Ashtanga hasta el Integrativo, pasando por Sattva Yoga, el método ideado por el yogui chileno Gustavo Ponce con quien vino a estudiar en enero de 2008.

-"Figue se destaca por su sensibilidad y buen humor. Cuando enseña lo hace con delicadeza y siempre cita a los maestros. Parece tocar el alma de sus alumnos. Podríamos decir que es espiritual y que utiliza los ejercicios físicos como herramienta para transmitir un mensaje" -dice Ponce sobre su aventajado alumno.

En aquel enero no hubo un día, ni uno solo, en el que Figue dejara de surfear. Partía a una playa cercana a Los Vilos y allí, con olas grandes y fuertes, se lanzaba mar adentro en compañía de su amigo Pedro Kupfer, también yogui, también surfista, pero sin ningún problema a la vista.

-Tienes una hija, padres, hermano, amigos: ¿no te parece un acto demasiado arriesgado surfear en aguas de estas características?

-En realidad, el Pacífico no es nada de pacífico... Me gusta el contacto con la naturaleza. Los deportes al aire libre me ponen en una condición de libertad. En general, a quienes practican deportes extremos les gusta la adrenalina. Tal vez a mí también me guste --dice, no sin humor.

Hace cinco años nació Johana, la única hija que Figue tuvo con Verónica, una profesora argentina avecindada en Itajaí con quien hoy mantiene una relación de amistad. La niña tenía pocos meses cuando nuestro hombre partió a escalar en la Patagonia argentina.

Fiel a ese mismo espíritu -perseverante, temerario y acaso individualista-, ya había conquistado el cinturón café de Jiu-Jitsu, una antiquísima técnica de combate que supone el triunfo de uno de los contrincantes cuando logra dislocarle una articulación al otro. Dicen que Figue sacaba aplausos.

Como a la vez ya había aprendido a escalar en roca (con un amigo que le enseñó guiándolo montaña arriba), no podía permitirse circular con las articulaciones fuera de lugar. Subir una pared de granito con el codo colgando, por poner un ejemplo, era cuando menos incómodo.

Figue, entonces, reemplazó el arte marcial por las artes del yoga.

Kundyniasana o lo imposible.

En octubre del año pasado casi se muere. Salió a surfear, como siempre. En la tarde tuvo tos. Se sintió mal. En el hospital le diagnosticaron una neumonía causada por una bacteria staphylococcus alojada en el pulmón derecho.

Después de una semana internado, empeoró. Las dificultades respiratorias eran severas, así que los médicos lo sedaron y lo sometieron a respiración mecánica. Estuvo 12 días con un coma inducido.

Las cadenas de oración empezaron a circular entre alumnos, profesores y amigos: mantras de yoga y pensamientos positivos iban y venían dentro y fuera de Brasil a través del correo electrónico.

"¡O Figue melhorou muuuito galera!" ("¡Amigos queridos, Figue mejoró!"), comenzaba uno de ellos fechado el 18 de noviembre. "La naturaleza de la vida, el prana, evidentemente sigue fluyendo", decía otro cuando por fin abrió los ojos y pidió comida porque se estaba "muriendo de hambre".

Los corticoides lo hicieron engordar y perder condición física, pero -como siempre, otra vez- volvió a empezar.

En febrero de este año partió a la India a estudiar filosofía con swami Dayananda, uno de los referentes mundiales de Vedanta Yoga. En marzo reanudó las actividades en su propia escuela de Itajaí y en junio llegó a Santiago invitado a impartir un taller en Yogashala.

Lo que ocurrió en una de sus clases lo retrata.

Eran 40 alumnos, la mayoría instructores de yoga. Hacía calor, había expectación. No todos los días llega un profesor extranjero con discapacidad visual, mucho menos a dictar una clase avanzada.

A pesar de la suavidad de su voz, de su modo acompasado, incluso musical, la práctica se empezó a hacer cada vez más exigente. Al cabo de una hora y media, cuando les indicaba a los alumnos sostener el peso de sus cuerpos con los antebrazos, apoyando firmemente las palmas de las manos en el suelo, y elevando a la vez pierna izquierda hacia delante y pierna derecha hacia atrás, uno a uno se empezaron a caer. Como efecto-dominó.

La única alumna capaz de hacer la postura imposible, llamada kundyniasana, fue una mujer entrenada en gimnasia olímpica. Figue fue el otro. Y los demás, entre risas y admiración, se dedicaron a observarlos (ver foto).

"¿Cómo se mete al mar si no puede ver las olas? ¿Cómo puede hacer kundyniasana si nunca ha visto a otros hacerla? Es difícil pasar por Figue sin admirarlo", dice Romi Ballestrín, alumna suya en Brasil y actual instructora en Chile. "Es una persona que te deja muy a gusto con quien tú eres. Uno siempre va a tener virtudes y defectos, así que deja de pelear, acéptate. Cuando ves de quien viene el mensaje, definitivamente no lo puedes ignorar", agrega la brasileña.

"El principal punto de la práctica de yoga", explica el mismo Figue al teléfono, "es que las personas respeten la condición que están viviendo. Deben tener ahimsa o "no violencia" con ellos mismos. Cada quien debe saber hasta dónde puede ir y tener compasión consigo mismo".

-Hay gente que te considera un ejemplo de superación contra la adversidad. ¿Lo eres?

-Sí y no. No, porque puede haber personas que no les gusta como vivo, lo que hago, lo que soy. Pero, por otra parte, puedo ser un ejemplo si precisas sufrir o pasar por cosas como la que yo he pasado para crecer como persona. Todos necesitamos ejemplos, mirar los polos de la vida, las cosas buenas y malas, para situarnos en su justo lugar.

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