Revista Ya., EM., 17-02-09.
Boris Cyrulnik y su visión de la pareja moderna.
Por María Cristina Jurado. Ilustración Alfredo Cáceres.
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Una silenciosa revolución avanza. Es el fin del matrimonio clásico y el nacimiento de una pareja distinta, donde el hombre se ha vuelto invisible y la mujer, poderosa. La tecnología es la gran responsable. Lo dice el padre de la resiliencia moderna, Boris Cyrulnik. Desde Francia, nos habló de su nuevo ensayo, best seller en Europa.
Su último libro, "La Autobiografía de un Espantapájaros", se ha convertido en el best seller del invierno en Europa y ganó el Premio Renaudot de Ensayo en Francia. Es el texto número 18 en la larga y mediática carrera del psicólogo, psiquiatra, neurocirujano y etólogo francés Boris Cyrulnik. Encumbrado en todo el mundo por sus investigaciones sobre resiliencia - la capacidad de un ser humano para levantarse de las cenizas después de un golpe demoledor- , este científico, salvado del genocidio nazi y huérfano desde los seis años, observa el entorno social con ojo crítico. Su atinada y esperanzada palabra se ha convertido en ley para la mayoría de sus pares incluso en su cartesiano país de origen. Como miembro de veinte sociedades de sabios internacionales, Boris Cyrulnik contribuye al mundo desde su estudiosa mirada.
En su último ensayo - dice desde Toulon, en el sur de Francia, ciudad donde dirige investigaciones científicas y enseña etología humana- , se ha centrado en el poder de la palabra y del discurso para cambiar el destino de los que sufren, de los que parten tarde y mal en la vida. "Y eso nos lleva, indefectiblemente, al rol que cada uno está cumpliendo en este inicio de milenio. Hombres, mujeres y niños que hoy viven una existencia absolutamente distinta a la de una generación atrás. En sólo treinta años, se ha generado una sociedad nueva con relaciones personales revolucionarias".
Cyrulnik, a veces también criticado por su insistencia en una visión multidisciplinaria - es psicoanalista además- , no usa atajos para describir el muy disminuido papel del hombre de hoy en este nuevo escenario. Ni la condena sin remedio que sufre la pareja tradicional. "En todas las épocas históricas de hambruna, de guerra, dificultades materiales, de carencias y crisis, la pareja, tal como la hemos conocido, fue el fundamento de la sociedad. Porque ¿qué hacía una mujer sola si no se casaba en el siglo diecisiete o diecinueve? Se moría de hambre. Aun en mi infancia, en los años cuarenta, el único destino de las obreras era la mal pagada fábrica, en condiciones atroces. Yo escuchaba 'Lo único que quiero es casarme para dejar esta pobreza'. Se casaban y aseguraban su futuro".
El científico ha estudiado el tema en decenas de países de América, Asia y África, a donde ha sido llamado como investigador y panelista. Y ha observado que, todavía hoy, en una nación pobre y de débil tecnología, el matrimonio sigue siendo el gran valor para la sobrevida femenina. "Hasta el siglo diecinueve, la esperanza de vida de una mujer no superaba los 40 años. Como el hombre vivía en promedio hasta los 55, tener un hijo era para ella una jubilación asegurada. Mientras más niños tuviera, mejor aspectado estaba su futuro económico".
- Esto ha cambiado radicalmente, ¿no?
- Ha sido el gran cambio que ha sufrido la sociedad en apenas una generación, no más de veinte o treinta años. Cuando la tecnología progresa al extremo que hoy se ve en el mundo desarrollado, la mujer decide su propia fecundidad, es capaz de hacer cualquier oficio y profesión y acumula diplomas. El factor social ya no está dado por el cuerpo ni la fuerza física como antes - territorios masculinos- , sino por la capacidad de manipular los botones de una máquina y de usar la mente. En el mundo actual, que un hombre trabaje el campo o baje a una mina es mucho menos influyente que una mujer doctorada en lenguas.
Vivimos una nueva condición femenina, que borró las milenarias ataduras de la mujer al matrimonio, como condición de adaptación para sobrevivir. Pero, advierte el investigador, si el matrimonio va en caída libre, la pareja se agarra del abismo con dientes y muelas para no morir. Y permanece. Sin embargo, las razones para emparejarse en el año 2009 son muy distintas a las de milenios anteriores. Compañerismo, afectividad, búsqueda de seguridad sicológica y goce sexual serían las nuevas metas de hombres y mujeres hoy. Ya no es más la dependencia, sepultada bajo el progreso.
Ese hombre transparente.
Si la destreza del cuerpo y la fuerza física fueron las armas de supremacía masculina durante milenios, el vientre femenino era su equivalente. Los hombres se batían en la guerra, dominaban a los animales, araban la tierra, explotaban las canteras y levantaban pirámides. Las mujeres tenían hijos: cada uno iba armando la sociedad con su sexo y su cuerpo. Hoy, ese esquema ha sido reemplazado por las máquinas que la tecnología creó. Y el cambio producido es tal que, en este torrente de mutaciones, el hombre se ha vuelto transparente, asegura Boris Cyrulnik. "No sólo eso. También la función del padre está diluida, borrada. La necesidad de un papá casi ha desaparecido: las mujeres de hoy pueden ser –y son– padres y madres, logran darle seguridad al niño, disciplinarlo y mantenerlo financieramente. Es común observar en los países desarrollados a parejas que se juntan, viven tres, cuatro o cinco años y después se separan. Ellas se van detrás de un ascenso en el trabajo y, a veces, embarazadas. Tienen solas al niño y mantienen amistad con el padre. Para todos es normal".
- Usted dice que el hombre actual se ha vuelto inútil.
- El cuerpo de un hombre ya no sirve para nada, porque las mujeres deciden cuándo quieren ser fecundadas. Ellas tienen la palabra en sus vidas, porque hoy la manipulación de los botones que la alta tecnología les concedió, las hace completamente autónomas. Esta autonomía se vive por primera vez en la historia humana y es una revolución.
- ¿Y también cambió el sexo?
- Desde luego. Hace apenas una generación, las camisas de dormir femeninas tenían un ojal abajo, para conseguir la fecundación sin mostrar el cuerpo. Cientos de pacientes me contaron que el placer sexual las sorprendió con vergüenza. Por eso, hasta hace no más de 40 años, entre el 80 y el 90% de las mujeres eran frígidas. Para ellas, la sexualidad representaba una dominación del Estado y de sus maridos. Hoy las cifras de los institutos de sexología revelan máximo entre un 10 y un 20% de frigidez.
- Los embarazos eran útiles para sobrevivir, pero el gran freno personal...
- Un freno enorme, porque las mujeres cumplían su rol social a través de sus cuerpos. Hoy, en este nuevo contexto tecnológico, un embarazo representa salud: se ha comprobado que es un factor de protección frente al cáncer y al reumatismo.
- ¿Y qué pasa con los niños bajo este nuevo esquema?
- Los padres de antes eran sexualizados morfológicamente, los hombres decidían todo en la armada, la fábrica, la mina, el campo. Los roles parentales hoy ya no están conectados al sexo, porque las mujeres hacen lo mismo que los hombres y, a veces, mejor. Los modelos de identificación de los niños se han transformado dramáticamente.
En sociedades menos tecnológicas como América Latina, Asia y África, el cambio es menos radical. Boris Cyrulnik ha estudiado en profundidad el caso africano, donde la tecnología comienza recién a marcar presencia global. El dominio de la fecundidad, la toma en mano de su propio destino y la aplicación de modernismos en la vida diaria son pan reciente en el menú de vida de las africanas. Las estadísticas indican que, en pocos años, el progreso de la condición femenina está creciendo, mientras el hombre comienza lentamente a diluirse. Igual que en Europa y Estados Unidos.
- ¿Y en América Latina?
- Ustedes y Argentina tienen una Presidenta. Los nuevos roles son inevitables, pero en América Latina el camino será distinto, porque son sociedades diferentes. Y aunque los países latinoamericanos presenten realidades más machistas, no hay que olvidar que fue en Puerto Rico donde primero se legalizó la píldora anticonceptiva. Creo que ningún continente se quedará afuera de esta importante modificación en nuestra manera de vivir juntos.
La otra cara del cuento.
El profesor Cyrulnik fue convocado en 2007 para formar parte de los 43 expertos que integraron la Comisión Attali, creada por Nicholas Sarkozy. Destinada a elaborar una lista de sugerencias para despejar el crecimiento económico de Francia, sus miembros entregaron un sólido informe el 23 de enero de 2008. Entre las proposiciones más relevantes, desde la óptica de este padre de la resiliencia, están el dar énfasis al cuidado de la primera infancia y a la necesidad de crear "una nueva adolescencia", una que reemplace la obsoleta - en donde el padre era amo y señor- y que otorgue a los jóvenes seguridad.
- Creo que el desarrollo de la neurociencia modificará la condición de los seres humanos, sobre todo de las mujeres. Es sólo cosa de recordar que ellas mueren hoy mucho más tarde que los hombres, al revés de tiempos antiguos.
Pero tanto progreso y revolución, también tiene su cara peligrosa. La Organización Mundial de la Salud, para la cual Boris Cyrulnik ha trabajado, está demostrando con cifras que, aunque las sociedades altamente tecnologizadas producen mujeres más autónomas, éstas arriesgan mayor vulnerabilidad y sufrimiento. Porque en una sociedad más eficaz, hay menos solidaridad. Y este elemento es la llave para el bienestar sicológico en caso de catástrofe personal.
- La tecnología disminuye la solidaridad. Por eso, en naciones más pobres o menos adelantadas, como Marruecos o Argelia, no hay gente en la calle ni enfermos abandonados. En cambio, en países como Finlandia o Suecia, donde hay alta protección del Estado, los niños se crían bien, pero se sienten muy solos en la adolescencia. Y las tasas de suicidio se disparan.
Esta paradoja representa la cara amarga del progreso social. Será necesario, determinan los expertos, aplicarse a crear un lazo solidario.
- Hay que tomar conciencia de que el progreso tecnológico es útil, pero conlleva responsabilidades. Tenemos que aplicarnos para desarrollar la solidaridad familiar, ciudadana y de barrio o pagaremos un precio muy alto en vulnerabilidad. Los países no tienen aún esta conciencia, porque estos son trabajos muy recientes de la OMS.
- ¿Empezar por el living de la casa?
- Desde luego. Cuando yo era niño, inventábamos el modo de pasar la velada: tocábamos piano, cantábamos, mi mamá recitaba, se encendía un fuego. Hoy, la pareja está dividida por el computador - los hombres, sobre todo, se han vuelto fanáticos, descuidando la conversación- y en los hogares de los países ricos hay un televisor en cada pieza.
Internet, la blackberry, el cable, el skype, el celular, provocan un doloroso aislamiento. Y terminamos, dicen las cifras, en depresión o en cifras asombrosas como las recordadas por Cyrulnik: un 40% de las alemanas con profesión universitaria se esterilizan hoy para no tener hijos.
Empezar por la casa, y hoy mismo, parece ser el camino correcto.
Boris Cyrulnik y su visión de la pareja moderna.
Por María Cristina Jurado. Ilustración Alfredo Cáceres.
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Una silenciosa revolución avanza. Es el fin del matrimonio clásico y el nacimiento de una pareja distinta, donde el hombre se ha vuelto invisible y la mujer, poderosa. La tecnología es la gran responsable. Lo dice el padre de la resiliencia moderna, Boris Cyrulnik. Desde Francia, nos habló de su nuevo ensayo, best seller en Europa.
Su último libro, "La Autobiografía de un Espantapájaros", se ha convertido en el best seller del invierno en Europa y ganó el Premio Renaudot de Ensayo en Francia. Es el texto número 18 en la larga y mediática carrera del psicólogo, psiquiatra, neurocirujano y etólogo francés Boris Cyrulnik. Encumbrado en todo el mundo por sus investigaciones sobre resiliencia - la capacidad de un ser humano para levantarse de las cenizas después de un golpe demoledor- , este científico, salvado del genocidio nazi y huérfano desde los seis años, observa el entorno social con ojo crítico. Su atinada y esperanzada palabra se ha convertido en ley para la mayoría de sus pares incluso en su cartesiano país de origen. Como miembro de veinte sociedades de sabios internacionales, Boris Cyrulnik contribuye al mundo desde su estudiosa mirada.
En su último ensayo - dice desde Toulon, en el sur de Francia, ciudad donde dirige investigaciones científicas y enseña etología humana- , se ha centrado en el poder de la palabra y del discurso para cambiar el destino de los que sufren, de los que parten tarde y mal en la vida. "Y eso nos lleva, indefectiblemente, al rol que cada uno está cumpliendo en este inicio de milenio. Hombres, mujeres y niños que hoy viven una existencia absolutamente distinta a la de una generación atrás. En sólo treinta años, se ha generado una sociedad nueva con relaciones personales revolucionarias".
Cyrulnik, a veces también criticado por su insistencia en una visión multidisciplinaria - es psicoanalista además- , no usa atajos para describir el muy disminuido papel del hombre de hoy en este nuevo escenario. Ni la condena sin remedio que sufre la pareja tradicional. "En todas las épocas históricas de hambruna, de guerra, dificultades materiales, de carencias y crisis, la pareja, tal como la hemos conocido, fue el fundamento de la sociedad. Porque ¿qué hacía una mujer sola si no se casaba en el siglo diecisiete o diecinueve? Se moría de hambre. Aun en mi infancia, en los años cuarenta, el único destino de las obreras era la mal pagada fábrica, en condiciones atroces. Yo escuchaba 'Lo único que quiero es casarme para dejar esta pobreza'. Se casaban y aseguraban su futuro".
El científico ha estudiado el tema en decenas de países de América, Asia y África, a donde ha sido llamado como investigador y panelista. Y ha observado que, todavía hoy, en una nación pobre y de débil tecnología, el matrimonio sigue siendo el gran valor para la sobrevida femenina. "Hasta el siglo diecinueve, la esperanza de vida de una mujer no superaba los 40 años. Como el hombre vivía en promedio hasta los 55, tener un hijo era para ella una jubilación asegurada. Mientras más niños tuviera, mejor aspectado estaba su futuro económico".
- Esto ha cambiado radicalmente, ¿no?
- Ha sido el gran cambio que ha sufrido la sociedad en apenas una generación, no más de veinte o treinta años. Cuando la tecnología progresa al extremo que hoy se ve en el mundo desarrollado, la mujer decide su propia fecundidad, es capaz de hacer cualquier oficio y profesión y acumula diplomas. El factor social ya no está dado por el cuerpo ni la fuerza física como antes - territorios masculinos- , sino por la capacidad de manipular los botones de una máquina y de usar la mente. En el mundo actual, que un hombre trabaje el campo o baje a una mina es mucho menos influyente que una mujer doctorada en lenguas.
Vivimos una nueva condición femenina, que borró las milenarias ataduras de la mujer al matrimonio, como condición de adaptación para sobrevivir. Pero, advierte el investigador, si el matrimonio va en caída libre, la pareja se agarra del abismo con dientes y muelas para no morir. Y permanece. Sin embargo, las razones para emparejarse en el año 2009 son muy distintas a las de milenios anteriores. Compañerismo, afectividad, búsqueda de seguridad sicológica y goce sexual serían las nuevas metas de hombres y mujeres hoy. Ya no es más la dependencia, sepultada bajo el progreso.
Ese hombre transparente.
Si la destreza del cuerpo y la fuerza física fueron las armas de supremacía masculina durante milenios, el vientre femenino era su equivalente. Los hombres se batían en la guerra, dominaban a los animales, araban la tierra, explotaban las canteras y levantaban pirámides. Las mujeres tenían hijos: cada uno iba armando la sociedad con su sexo y su cuerpo. Hoy, ese esquema ha sido reemplazado por las máquinas que la tecnología creó. Y el cambio producido es tal que, en este torrente de mutaciones, el hombre se ha vuelto transparente, asegura Boris Cyrulnik. "No sólo eso. También la función del padre está diluida, borrada. La necesidad de un papá casi ha desaparecido: las mujeres de hoy pueden ser –y son– padres y madres, logran darle seguridad al niño, disciplinarlo y mantenerlo financieramente. Es común observar en los países desarrollados a parejas que se juntan, viven tres, cuatro o cinco años y después se separan. Ellas se van detrás de un ascenso en el trabajo y, a veces, embarazadas. Tienen solas al niño y mantienen amistad con el padre. Para todos es normal".
- Usted dice que el hombre actual se ha vuelto inútil.
- El cuerpo de un hombre ya no sirve para nada, porque las mujeres deciden cuándo quieren ser fecundadas. Ellas tienen la palabra en sus vidas, porque hoy la manipulación de los botones que la alta tecnología les concedió, las hace completamente autónomas. Esta autonomía se vive por primera vez en la historia humana y es una revolución.
- ¿Y también cambió el sexo?
- Desde luego. Hace apenas una generación, las camisas de dormir femeninas tenían un ojal abajo, para conseguir la fecundación sin mostrar el cuerpo. Cientos de pacientes me contaron que el placer sexual las sorprendió con vergüenza. Por eso, hasta hace no más de 40 años, entre el 80 y el 90% de las mujeres eran frígidas. Para ellas, la sexualidad representaba una dominación del Estado y de sus maridos. Hoy las cifras de los institutos de sexología revelan máximo entre un 10 y un 20% de frigidez.
- Los embarazos eran útiles para sobrevivir, pero el gran freno personal...
- Un freno enorme, porque las mujeres cumplían su rol social a través de sus cuerpos. Hoy, en este nuevo contexto tecnológico, un embarazo representa salud: se ha comprobado que es un factor de protección frente al cáncer y al reumatismo.
- ¿Y qué pasa con los niños bajo este nuevo esquema?
- Los padres de antes eran sexualizados morfológicamente, los hombres decidían todo en la armada, la fábrica, la mina, el campo. Los roles parentales hoy ya no están conectados al sexo, porque las mujeres hacen lo mismo que los hombres y, a veces, mejor. Los modelos de identificación de los niños se han transformado dramáticamente.
En sociedades menos tecnológicas como América Latina, Asia y África, el cambio es menos radical. Boris Cyrulnik ha estudiado en profundidad el caso africano, donde la tecnología comienza recién a marcar presencia global. El dominio de la fecundidad, la toma en mano de su propio destino y la aplicación de modernismos en la vida diaria son pan reciente en el menú de vida de las africanas. Las estadísticas indican que, en pocos años, el progreso de la condición femenina está creciendo, mientras el hombre comienza lentamente a diluirse. Igual que en Europa y Estados Unidos.
- ¿Y en América Latina?
- Ustedes y Argentina tienen una Presidenta. Los nuevos roles son inevitables, pero en América Latina el camino será distinto, porque son sociedades diferentes. Y aunque los países latinoamericanos presenten realidades más machistas, no hay que olvidar que fue en Puerto Rico donde primero se legalizó la píldora anticonceptiva. Creo que ningún continente se quedará afuera de esta importante modificación en nuestra manera de vivir juntos.
La otra cara del cuento.
El profesor Cyrulnik fue convocado en 2007 para formar parte de los 43 expertos que integraron la Comisión Attali, creada por Nicholas Sarkozy. Destinada a elaborar una lista de sugerencias para despejar el crecimiento económico de Francia, sus miembros entregaron un sólido informe el 23 de enero de 2008. Entre las proposiciones más relevantes, desde la óptica de este padre de la resiliencia, están el dar énfasis al cuidado de la primera infancia y a la necesidad de crear "una nueva adolescencia", una que reemplace la obsoleta - en donde el padre era amo y señor- y que otorgue a los jóvenes seguridad.
- Creo que el desarrollo de la neurociencia modificará la condición de los seres humanos, sobre todo de las mujeres. Es sólo cosa de recordar que ellas mueren hoy mucho más tarde que los hombres, al revés de tiempos antiguos.
Pero tanto progreso y revolución, también tiene su cara peligrosa. La Organización Mundial de la Salud, para la cual Boris Cyrulnik ha trabajado, está demostrando con cifras que, aunque las sociedades altamente tecnologizadas producen mujeres más autónomas, éstas arriesgan mayor vulnerabilidad y sufrimiento. Porque en una sociedad más eficaz, hay menos solidaridad. Y este elemento es la llave para el bienestar sicológico en caso de catástrofe personal.
- La tecnología disminuye la solidaridad. Por eso, en naciones más pobres o menos adelantadas, como Marruecos o Argelia, no hay gente en la calle ni enfermos abandonados. En cambio, en países como Finlandia o Suecia, donde hay alta protección del Estado, los niños se crían bien, pero se sienten muy solos en la adolescencia. Y las tasas de suicidio se disparan.
Esta paradoja representa la cara amarga del progreso social. Será necesario, determinan los expertos, aplicarse a crear un lazo solidario.
- Hay que tomar conciencia de que el progreso tecnológico es útil, pero conlleva responsabilidades. Tenemos que aplicarnos para desarrollar la solidaridad familiar, ciudadana y de barrio o pagaremos un precio muy alto en vulnerabilidad. Los países no tienen aún esta conciencia, porque estos son trabajos muy recientes de la OMS.
- ¿Empezar por el living de la casa?
- Desde luego. Cuando yo era niño, inventábamos el modo de pasar la velada: tocábamos piano, cantábamos, mi mamá recitaba, se encendía un fuego. Hoy, la pareja está dividida por el computador - los hombres, sobre todo, se han vuelto fanáticos, descuidando la conversación- y en los hogares de los países ricos hay un televisor en cada pieza.
Internet, la blackberry, el cable, el skype, el celular, provocan un doloroso aislamiento. Y terminamos, dicen las cifras, en depresión o en cifras asombrosas como las recordadas por Cyrulnik: un 40% de las alemanas con profesión universitaria se esterilizan hoy para no tener hijos.
Empezar por la casa, y hoy mismo, parece ser el camino correcto.
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