Pocas actividades potencian el desarrollo de los seres humanos como el deporte. La actividad física enseña a tomar plena conciencia del cuerpo, y permite tener el control sobre éste y la mente.
DR. MAURICIO PURTO.
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El deporte es salud, y, por tanto, la consigna de estas líneas. Y también una escuela. Porque el deporte es cultura.
Como escuela, la práctica deportiva sistemática enseña a tomar plena conciencia del cuerpo, y control sobre éste y la mente. En este camino, el deportista aprende a ser dueño de sí mismo. A moldear con su mente con su voluntad, en fin con su conciencia, su cuerpo, y su intento para traer lo imposible a lo posible.
Esto es algo que queda de manifiesto en la evolución de los discapacitados que tienen la valentía de insertarse en el mundo de lo cotidiano, o se atreven en la práctica deportiva. Para ellos, el entrenamiento para capacitarse es más una necesidad de pertenencia. Un entrenamiento para lo "normal" o "fácil".
En el entrenamiento deportivo subyace esta misma esencia humana de superación, esa luz, ese espíritu, que hace del deporte una aventura del alma, de los límites. De miedos y superaciones, de crisis y éxtasis, de fracasos y glorias, donde más allá del ego se vislumbra al superhombre que busca, por decirlo fácilmente, a Dios.
Vencer los miedos, en cualquier ámbito, es el camino a la libertad. El antídoto del miedo es la fe, la confianza, y la pasión. En el camino ayudan los maestros, los que nos apartan del camino que nos vampirizará, que nos dejará sin energías, para el despertar.
Los maestros que nos enseñan sin menoscabarnos, sin hacernos sentir cobardes o ineptos, sin crearnos complejos de superioridad o inferioridad. Maestros que harán lo difícil, fácil. Aquellos que nos enseñan el camino del imposible, a jugar al azar... Más allá de los miedos, aguarda la seguridad del triunfo, que puede envanecernos y matarnos. Si no, pregúnteles a muchos héroes fugaces, por qué duraron tan poco, por qué fueron número 1 sin ganar ningún Grand Slam...
Más allá de la seguridad, cuando sabemos que tiene límites, está el poder, el cielo o el infierno. Un poder que corrompe si no somos dueños de nosotros mismos. El camino del guerrero, del deportista total.
Una escuela del cuerpo y del alma, que muchos desdeñan en el clímax de la gloria. Una escuela que en unos pocos, poderosos, amables y luminosos perdurará hasta que este campeón sucumba al único enemigo invencible. La vejez y la muerte.
Adiestrarse en el juego, moldeando un conjunto de gestos físicos sostenidos en el tiempo, es la forma que toma el proceso. Es la forma que ha tomado desde que nuestro ancestro bajó de los árboles, pudo erguirse, y caminar en dos pies, pudo liberar sus manos, oponer sus pulgares a los otros dedos, y entrenar la pinza. En fin, pudo -con pura voluntad o intento- tomar el mundo con sus manos, manos que todo el tiempo retroalimentaron su creciente cerebro a través del tacto y de los ojos... El cuerpo y la mente evolucionando recíprocamente, en grandes y pequeños pasos, en mutaciones visibles e invisibles: detalles que hacen la diferencia entre un hombre deportista y uno sedentario, entre la salud y la enfermedad. Entre la inconsciencia y la conciencia.
DR. MAURICIO PURTO.
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El deporte es salud, y, por tanto, la consigna de estas líneas. Y también una escuela. Porque el deporte es cultura.
Como escuela, la práctica deportiva sistemática enseña a tomar plena conciencia del cuerpo, y control sobre éste y la mente. En este camino, el deportista aprende a ser dueño de sí mismo. A moldear con su mente con su voluntad, en fin con su conciencia, su cuerpo, y su intento para traer lo imposible a lo posible.
Esto es algo que queda de manifiesto en la evolución de los discapacitados que tienen la valentía de insertarse en el mundo de lo cotidiano, o se atreven en la práctica deportiva. Para ellos, el entrenamiento para capacitarse es más una necesidad de pertenencia. Un entrenamiento para lo "normal" o "fácil".
En el entrenamiento deportivo subyace esta misma esencia humana de superación, esa luz, ese espíritu, que hace del deporte una aventura del alma, de los límites. De miedos y superaciones, de crisis y éxtasis, de fracasos y glorias, donde más allá del ego se vislumbra al superhombre que busca, por decirlo fácilmente, a Dios.
Vencer los miedos, en cualquier ámbito, es el camino a la libertad. El antídoto del miedo es la fe, la confianza, y la pasión. En el camino ayudan los maestros, los que nos apartan del camino que nos vampirizará, que nos dejará sin energías, para el despertar.
Los maestros que nos enseñan sin menoscabarnos, sin hacernos sentir cobardes o ineptos, sin crearnos complejos de superioridad o inferioridad. Maestros que harán lo difícil, fácil. Aquellos que nos enseñan el camino del imposible, a jugar al azar... Más allá de los miedos, aguarda la seguridad del triunfo, que puede envanecernos y matarnos. Si no, pregúnteles a muchos héroes fugaces, por qué duraron tan poco, por qué fueron número 1 sin ganar ningún Grand Slam...
Más allá de la seguridad, cuando sabemos que tiene límites, está el poder, el cielo o el infierno. Un poder que corrompe si no somos dueños de nosotros mismos. El camino del guerrero, del deportista total.
Una escuela del cuerpo y del alma, que muchos desdeñan en el clímax de la gloria. Una escuela que en unos pocos, poderosos, amables y luminosos perdurará hasta que este campeón sucumba al único enemigo invencible. La vejez y la muerte.
Adiestrarse en el juego, moldeando un conjunto de gestos físicos sostenidos en el tiempo, es la forma que toma el proceso. Es la forma que ha tomado desde que nuestro ancestro bajó de los árboles, pudo erguirse, y caminar en dos pies, pudo liberar sus manos, oponer sus pulgares a los otros dedos, y entrenar la pinza. En fin, pudo -con pura voluntad o intento- tomar el mundo con sus manos, manos que todo el tiempo retroalimentaron su creciente cerebro a través del tacto y de los ojos... El cuerpo y la mente evolucionando recíprocamente, en grandes y pequeños pasos, en mutaciones visibles e invisibles: detalles que hacen la diferencia entre un hombre deportista y uno sedentario, entre la salud y la enfermedad. Entre la inconsciencia y la conciencia.
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