viernes, 6 de noviembre de 2009

Desde Galileo hasta hoy "detener la ciencia es inútil".

EM, V,CyT, 06-11-09.

Por Paula Leighton N.

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En 1610, en un pequeño libro llamado "Sidereus Nuncius" (Mensajero de las Estrellas), el físico y matemático italiano Galileo Galilei publicó los increíbles hallazgos que había observado sólo unos meses antes.

En el libro declaraba haber visto cráteres en la Luna -hasta entonces se pensaba que ésta semejaba una esfera de vidrio-, decía que la Vía Láctea estaba formada por estrellas y que había visto cuatro cuerpos que orbitaban a Júpiter. Todo ilustrado con precisos detalles.

Un telescopio perfeccionado por él mismo (y el más poderoso construido hasta la fecha) le permitió describir los hallazgos hechos entre diciembre de 1609 y enero de 1610.

Esas observaciones llevaron a que 2009 fuera declarado el Año Internacional de la Astronomía.

Pero en su tiempo, fueron el inicio de un conflicto que terminó con Galileo condenado a cadena perpetua por la Inquisición. "Galileo entre ciencia, fe y política" es justamente el título del libro que hace un año publicó el físico y académico Alberto Righini, profesor de la Università degli Studi, de Florencia, quien estuvo en Chile invitado por el Instituto Italiano de Cultura y la Universidad Católica.

El Sol al centro.

Righini explica que lo que Galileo concluyó al mirar el cielo desafiaba los postulados de la Santa Biblia y la Iglesia. Ésta sostenía que el Universo era estático y formado por esferas concéntricas de cristal sobre las que estaban situados los planetas y al centro de las cuales estaba la Tierra, sobre la que reinaba el Papa defendiendo a la humanidad.

A partir de sus hallazgos, Galileo empezó a enseñar que -tal como lo había postulado Copérnico- el Sol era el centro y que la Tierra y los otros planetas lo orbitaban.

Unas décadas antes estos postulados no hubieran sido un problema. Sin embargo, continúa Righini, los planteamientos de Galileo -un ferviente católico y amigo de Papas y autoridades religiosas- se dieron a conocer en medio de la pugna entre la Iglesia Católica y los protestantes, que cuestionaban su poder y autoridad.

Entonces la Iglesia prohibió interpretar y cuestionar la Biblia. Y eso era justamente lo que Galileo estaba haciendo, señala Righini. Pero él no se dio cuenta de que ésta era una advertencia real. No entendía que su teoría pudiera tener las consecuencias que más tarde tendría. "Para él, quedarse con lo que decían los libros era un error. Había que experimentar".

En 1632 el físico publica su controversial obra "Diálogo concerniente a los dos sistemas principales del mundo: Ptolomeico y Copernicano", donde reafirma el que el Sol está al centro del universo.

La Inquisición lo acusa de herejía. "El juicio, en 1633, no fue un enfrentamiento entre fe y ciencia, sino un choque con la nueva libertad de pensar, de entender con los propios ojos y el cerebro y no conformarse con lo que estaba escrito", dice Righini. "Su juicio fue tan político como los juicios políticos modernos contra quienes se oponen a lo que el poder quiere que se piense".

Imparable.

Cuatrocientos años después de Galileo, sostiene Righini, el conflicto entre ciencia, fe y política sigue vigente.

"En mi libro sostengo que el nuevo conflicto entre ciencia y el pensamiento de la Iglesia está en la biología: en el control de las células madre, de los embriones y la genética".

Sin embargo, ejemplifica, cuando en EE.UU. George W. Bush eliminó los fondos públicos para el estudio con células madre embrionarias, "en India los científicos estaban felices con la posibilidad que se abrió en su país para avanzar en esos estudios".

"Y eso es lo hermoso de la ciencia", sentencia Righini. "No puedes pararla. Si la frenas en un lugar, alguien la hará avanzar en otra parte. Detenerla es inútil: lo que hay que hacer es educar a las personas para que sepan usarla".

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