EM., CyT, 01-11-08.
ISIDORA MENA.
Psicóloga.La forma como se responde a los éxitos y errores de los demás es parte de la cultura e influye en la autoimagen, autoestima, los estados de ánimo y la consecuente interacción entre los ciudadanos.
Basta ver cómo se comportan de violentos, competitivos y poco solidarios los miembros de una familia excesivamente exigente y poco reforzadora. O cómo suelen ser de irrespetuosos, flojos y sobrevalorados los miembros de aquellas que miman en demasía, haciendo invisibles los errores.
Conversando en Chile sobre la educación de antaño, hay dos comentarios frecuentes y preocupantes: "Ante los éxitos me decían que era mi deber lograrlos, no me aplaudieron mucho, pensaban que dejaría de esforzarme. ¡Qué bien me hubiera hecho saber que valoraban lo que hacía!".
Por el contrario, otros comentan que sus padres apenas sabían cómo les iba, eran levemente burlones de la situación escolar, demasiado egocéntricos; obsequiando sólo mimos superficiales a la autoestima de sus hijos. "Me hubiese servido un poco más de exigencia, aunque sentí su cariño, estuve bien abandonada".
La formación que permite un buen vínculo y apego, básico para la autoestima y la convivencia, reconoce los avances y logros, valorizando el esfuerzo. Se necesita reconocimiento positivo para construir la autoestima.
El modelo educativo de corregir mostrando errores no permite reconocer los aciertos, y hace sentir que de uno sólo se ve lo malo. Eso lleva a la persona a tratar de agradar, descentrándose de la propia motivación y autonomía.
Reconocer sólo los éxitos tampoco ayuda a que el otro sienta que es visto en toda su complejidad y diferencia. Conviene no invisibilizar los errores, mimando y "sobreprotegiendo la autoestima". Frente al error hay que explicar cuidadosamente por qué se considera un error, ayudar a descubrir cómo reparar.
El modelo formativo que se utiliza impacta con más fuerza que el discurso. Un modelo generoso en aplausos y apoyador en los errores, previene muchos problemas de convivencia a futuro.
ISIDORA MENA.
Psicóloga.La forma como se responde a los éxitos y errores de los demás es parte de la cultura e influye en la autoimagen, autoestima, los estados de ánimo y la consecuente interacción entre los ciudadanos.
Basta ver cómo se comportan de violentos, competitivos y poco solidarios los miembros de una familia excesivamente exigente y poco reforzadora. O cómo suelen ser de irrespetuosos, flojos y sobrevalorados los miembros de aquellas que miman en demasía, haciendo invisibles los errores.
Conversando en Chile sobre la educación de antaño, hay dos comentarios frecuentes y preocupantes: "Ante los éxitos me decían que era mi deber lograrlos, no me aplaudieron mucho, pensaban que dejaría de esforzarme. ¡Qué bien me hubiera hecho saber que valoraban lo que hacía!".
Por el contrario, otros comentan que sus padres apenas sabían cómo les iba, eran levemente burlones de la situación escolar, demasiado egocéntricos; obsequiando sólo mimos superficiales a la autoestima de sus hijos. "Me hubiese servido un poco más de exigencia, aunque sentí su cariño, estuve bien abandonada".
La formación que permite un buen vínculo y apego, básico para la autoestima y la convivencia, reconoce los avances y logros, valorizando el esfuerzo. Se necesita reconocimiento positivo para construir la autoestima.
El modelo educativo de corregir mostrando errores no permite reconocer los aciertos, y hace sentir que de uno sólo se ve lo malo. Eso lleva a la persona a tratar de agradar, descentrándose de la propia motivación y autonomía.
Reconocer sólo los éxitos tampoco ayuda a que el otro sienta que es visto en toda su complejidad y diferencia. Conviene no invisibilizar los errores, mimando y "sobreprotegiendo la autoestima". Frente al error hay que explicar cuidadosamente por qué se considera un error, ayudar a descubrir cómo reparar.
El modelo formativo que se utiliza impacta con más fuerza que el discurso. Un modelo generoso en aplausos y apoyador en los errores, previene muchos problemas de convivencia a futuro.
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